Por Elena Méndez Díaz-Villabella. Community Manager de la red enEvolución y profesora del Máster en Dirección de Personal y Recursos Humanos y del Executive MBA de ENAE Business School. “La Princesa Diana de Gales, viajó por todo el mundo ayudando a otros para no pensar en sus propios problemas, aunque todo lo que veía lo veía desde sus propios problemas”
Recientemente en Madrid, David Clutterbuck (conocido coach inglés) resumía en este comentario acerca de Lady Di el síndrome que padecen algunas personas que dedican su vida desesperadamente a ayudar a otros, cuando lo que en realidad están buscando es ayudarse a si mismos o escapar de su realidad.
Seguro que este síndrome no es atribuible a cualquier persona cuya motivación personal o profesional sea el ayudar a otros, aunque Clutterbuck lo relacionaba con la práctica del coaching, dónde algunos pueden llegar a esta profesión para resolver o huir de sus propios problemas.
Creo que ser un buen coach implica algo más que aprender una serie de técnicas y herramientas. Exige como dice José Antonio Marina, ser “artesanos de uno mismo” y trabajarse con cincel, paciencia, dedicación, tesón y mucha compasión. Implica entenderse, aceptarse, tomar la responsabilidad, llevar a la acción y la mejora. Implica desarrollarse de una forma integral, en el plano profesional y personal.
Sólo desde ahí considero que podemos hacer un buen trabajo como coaches. Este pensamiento es extensivo también a la profesión directiva.
Como directivos no podemos dar confianza a nuestros equipos, si no la tenemos en nosotros mismos, no podemos dar respeto si no nos lo tenemos a nosotros, no podemos pedir responsabilidades, si nosotros no asumimos las nuestras. Ayudar o gestionar a otros, pasa necesariamente por ayudarse a uno mismo y saber autogestionarse. Lo dicho: “No podemos dar lo que no tenemos”.