Antonio Ángel Pérez Ballester es profesor del Máster en Dirección de Personal y Recursos Humanos de ENAE Business School y socio-director de INFLUYE, Desarrollo-Coaching.
Continuar puede significar permanencia y cabezonería sin más; provocación para unos cuantos que verían con satisfacción una carga como la de Barcelona, y para otros en los que me incluyo, hastío y desidia.
El efecto prendió y para muchos ha significado recuperar la ilusión que alimenta la esperanza; el salir en paz y sin odio a decir en la calle lo que se decía en privado; indignarse en lugar de resignarse frente al fatídico mantra de: esto es lo que hay.
Pero además, ya tenemos datos. El sondeo de Metroscopia publicado en EL PAIS, el pasado domingo, nos dice que dos de cada tres españoles simpatizan con el Movimiento 15-M; el 81% piensan que tienen razón en las cosas por las que protestan y el 84%, que los temas planteados afectan a toda la sociedad y un 83% que quien manda realmente en el mundo (y por ende, en España), no son los gobiernos sino los mercados.
La opinión sobre los partidos es demoledora: el 90% cuestiona el modo en que están organizados, reclamando una reforma en profundidad, y -lo más triste-, que los dos partidos dominantes, solo representan sus propios intereses (percibido incluso entre sus votantes) y solo un 19% defiende que representan los intereses de la sociedad.
No podemos permitir que este capital ético se desinfle, que esta movilización regeneracionista se disuelva o quede reducida a grupos marginales que recibirán la condena y el rechazo de la sociedad. El cansancio y la artificialidad de la campaña electoral con sus mensajes hueros y previsibles ha quedado empequeñecida, ante la frescura, la inocencia y la utopía (si, bienvenida) del movimiento.
Cualquiera de sus frases tiene más peso y profundidad que todos los eslóganes de los partidos: Nos hacía falta este vuelco al corazón; no somos ilusos, somos ilusionantes; la única causa de la pobreza es la riqueza; es peligroso tener razón, cuando el gobierno esta equivocado; no es crisis, es estafa; o los problemas no vienen en patera, vienen en limusina. Y el sentido del humor siempre presente como en ésta: si viene la policía, sacad las uvas y disimulad.
Pero la indignación no puede ser permanente; tiene valor como reacción y como ejemplo frente al pusilánime y tienen un tiempo y una eficacia temporal. La ira, sin más, no conduce al compromiso. Las razones que nos han llevado a esta indignación están claras; los derechos y valores que están en peligro, también.
Ahora toca HACER, poner en marcha actuaciones, iniciativas y compromisos que nos lleven a conseguir resultados. De lo contrario las plazas se barrerán y serán arrancados los carteles; y nadie nunca sabrá que algo se movió. Y esto es lo que esperan aquellos que dejaron de creer, los defensores del conformismo y la resignación, los maltratadores de la esperanza y los secuestradores de la utopía, el amor y la solidaridad.