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18 de Diciembre de 2014

“Innovación: hablar menos y hacer más”. Revista Asociación Antiguos Alumnos ENAE

Fundador de Innoservice Consulting y especialista en innovación, colabora y forma a empresas pertenecientes a diversos sectores, como Abengoa y Tecnalia. Docente en ENAE Business School.

Sus principales áreas de trabajo son la creación de culturas innovadoras a partir de las personas, la gestión del proceso de innovación, Design Thinking y la innovación del modelo de negocio

Sumario:

Es innegable que hablar de innovación, está de moda. Son varios los argumentos que suelen escucharse acerca de los beneficios que la innovación general.

Introducción

Las empresas innovadoras logran diferenciarse de sus competidores, construyen ventajas competitivas, obtienen mayores niveles de satisfacción entre los clientes, resultan más atractivas para posibles inversores, y las personas que trabajan en ellas, suelen mostrarse más motivadas y comprometidas. Todo ello se traduce finalmente, en un incremento de las ventas y los beneficios.

Lékué es un buen ejemplo de ello. Cuando en 2005 fue comprada por su actual propietario, la empresa fabricaba cubiteras de silicona y moldes de pastel para otras marcas. A partir de ese momento se creó una marca propia, a la que se dotó de una identidad muy diferenciada a la de sus competidores. Ello se logró a través de una apuesta muy clara por la innovación como motor de crecimiento.

En cinco años las ventas pasaron de 8 millones de € a 28 millones de €, y el EBITDA del 10% al 25%. La empresa exporta en la actualidad a más de cuarenta paises y sigue creciendo.

Lékué es la prueba de que no hace falta ser una multinacional para apostar por la innovación, del mismo modo en que no es necesario estar ubicada en Silicon Valley. Una PYME de cualquier provincia española también puede crecer a partir de sistematizar la innovación.

Siendo esto así, ¿a qué se debe que Lékué sea todavía un caso aislado en nuestro país?. A mi modo de ver, hay dos barreras que deben ser superadas si deseamos que más empresas obtengan los frutos que la innovación puede ofrecer.

En primer lugar, existen todavía demasiadas organizaciones, de todos los tamaños y sectores, que no apuestan de manera decidida por la innovación.

Pese a que el término aparezca en las comunicaciones corporativas, o se utilice en ciertos discursos políticamente correctos, la realidad es que el uso del vocablo suele estar vacío de contenido.

En segundo lugar, muchas de las organizaciones que han superado la fase de sensibilización y dan el paso para incorporar la innovación a su día a día, no obtienen los resultados esperados, y tras los primeros intentos fallidos, terminan creyendo que la innovación es cosa de grandes multinacionales. Lo que provoca que se abandonen las iniciativas innovadoras y la innovación pase a ser una palabra tabú.

Desde mi punto de vista, una de las causas principales que explica estos dos efectos, es la falta de comprensión tanto de lo que es la innovación, como de los aspectos a tener en cuenta para poder sistematizarla e incorporarla al ADN de la empresa con éxito.

 

Desmitificar la innovación empresarial

La innovación empresarial es una disciplina relativamente reciente, que se nutre a la vez de muchas  otras, y que está todavía en fase de construcción.

La mayoría de directivos no ha recibido formación relacionada con ella, y ha ido construyendo su visión acerca de la innovación, a partir de ciertos mitos, sesgados cuando no erróneos, pero muy generalizados.

Por ello, es fundamental acercar la innovación a los directivos y empresarios.

Decía Peter Drucker que “la prueba de una innovación no es su novedad, ni su contenido científico, ni el ingenio de la idea. Es su éxito en el mercado”. Existe por lo tanto una necesidad de desmitificar la innovación. Si es nuevo para la empresa y crea valor, es innovación.

Aunque no ocupe portadas de la prensa empresarial, ni reciba premios. En realidad, no existe mayor recompensa que la confianza del mercado.

El mercado es el juez que decidirá si algo es una innovación, o simplemente una invención basada en conocimiento científico o en altas dosis de ingenio y creatividad. La creación de valor, tanto para los clientes como para la empresa, es la clave. En ningún caso la innovación debe ser vista como un fin en si misma, sino como un mecanismo para crear valor y lograr otros objetivos como por ejemplo mayor competitividad y crecimiento.

Cuando tan sólo hacemos merecedoras del calificativo de innovadoras, a soluciones desarrolladas por grandes empresas como Apple, 3M y GE por nombrar sólo a algunas, se corre el riesgo de sembrar el desaliento entre las empresas más pequeñas. Estas pueden caer en la tentación de pensar que la innovación no es algo a lo que deban dedicar esfuerzos, al no disponer de los medios, ni financieros ni humanos, de los que disponen las grandes corporaciones.

Es evidente que existen diferentes niveles de innovación. Una clasificación muy utilizada para categorizar y gestionar los diferentes niveles de innovación es la que diferencia entre innovación incremental, adyacente y radical, en función de dos elementos, el grado de novedad de la oferta y el grado de novedad de los clientes.

Antes de proseguir, deseo subrayar que no hay que caer en el tópico de ver la innovación incremental como un tema menor. De nuevo, será el valor creado lo que determinará el acierto o desacierto de cada proyecto de innovación, no su nivel de riesgo y novedad.

Por ejemplo, la empresa Portugal Telecom afirma que su proceso de innovación se basa en ideas incrementales, centradas en mejoras continuas de sus procesos y servicios. Estos esfuerzos de innovación incremental han generado desde el año 2009 unos beneficios de 30M €.

Pese a que la mayoría de políticos al hablar de innovación suelen hacer referencia a la I+D, no es necesario disponer de departamentos de I+D para innovar.

He llegado a escuchar a alguien con peso dentro del sistema público de innovación, afirmando que para que un proyecto sea considerado innovador debe combinar tecnología y elevados niveles de riesgo. Esto en todo caso puede ser considerado innovación tecnológica radical, pero la innovación empresarial es un concepto mucho más amplio.

Este es uno de los aspectos que más influencia tiene en la mitificación de la innovación. Y lo hace de manera doble.

En primer lugar exige niveles de riesgo elevados, lo que equivale a innovación radical. En segundo lugar, también genera una confusión entre los conceptos de tecnología e innovación.

Además de distintos niveles, existen también diversas tipologías de innovación, ver por ejemplo los 10 tipos de innovación de Doblin. Estas tipologíasdeben colaborar a interiorizar que las posibilidades de innovar van mucho más allá de la tecnología o el producto.

 

Empresas Jeckyl y Hide

Las empresas, tal y como las conocemos hoy en día, tienen su origen en la revolución industrial, motivo por el cual no debe resultar extraño que estén especialmente diseñadas para ser eficientes y asegurar el control de las personas, que trabajan en ellas.

Por esta razón seguimos viendo todavía tantas empresas con jerarquías basadas en el control y organizadas por departamentos especializados, en los que unos pocos toman decisiones y el resto ejecuta. Sin embargo, en la era del conocimiento y la creatividad las empresas precisan de nuevas fórmulas, que les permitan redefinir su oferta, e incluso a toda la organización, con cierta frecuencia.

Ese modelo de empresa originario de la revolución industrial, ha llegado hasta nuestros días, pero en el nuevo paradigma en el que nos vamos adentrando de manera irremediable, no es suficiente con ser eficientes. La estabilidad del entorno, en la mayoría de sectores, ha pasado a ser un recuerdo del pasado.

La velocidad del cambio, convierte a la oferta de muchas de esas empresas en obsoleta, en espacios de tiempo reducidos, con lo que aparece una nueva capacidad clave para crecer, o incluso sobrevivir, la de crear cosas nuevas que aporten valor, y hacerlo además, de manera sostenida en el tiempo. Sin que ello signifique olvidarse de la eficiencia.

Se trata por lo tanto de construir empresas que sean capaces de combinar eficiencia e innovación. Para lograrlo, es necesario cuestionar algunos de los principios del “management” y de la gestión de personas, o como mínimo de ampliar el concepto, para lograr construir empresas Jeckyl y Hide, conocidas como empresas ambidiestras.

Este tipo de empresas son aquellas capaces de explotar el negocio actual de manera eficiente, y a la vez explorar el futuro, es decir, generar innovaciones que vayan pasando a formar parte del negocio central.

Para que las empresas logren el equilibrio adecuado entre exploración y explotación es fundamental crear una cultura de innovación, que conviva con la cultura de la eficiencia. Por lo tanto, el reto es construir empresas innovadoras dentro de las ya existentes, y protegerlas del día a día. Pasar de una empresa convencional, a una empresa ambidiestra, implica favorecer nuevas conductas que fomenten la creatividad, las contribuciones de un mayor número de empleados, la asunción de riesgos y la tolerancia a la incertidumbre, entre otros aspectos.

 

Concluyendo

Deseo insistir en la idea de que es clave desmitificar la innovación, tanto en lo referente al concepto propiamente dicho, como al modo en que ésta puede ser incorporada al ADN de las empresas.

Las habilidades y herramientas necesarias para gestionar la eficiencia, son distintas a las que se precisan para innovar de manera recurrente. De ahí la necesidad de construir empresas ambidiestras.

Para ello, las universidades y las escuelas de negocio deben necesariamente incorporar asignaturas relacionadas con la innovación empresarial a sus cursos, y empezar a ofrecer programas específicos acerca de esta disciplina. La capacidad innovadora de las empresas, se convertirá en un futuro cercano en una ventaja competitiva crítica. Del mismo modo en que lo fue, hace unas décadas, la gestión de la calidad. Es clave para nuestra economía preparar a los líderes de las organizaciones ambidiestras.

 

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