La preparación y formación de los profesionales del sector agroalimentario en prácticas agrícolas que contribuyan a mitigar el cambio climático es una oportunidad que se abre a los ingenieros agrónomos, gerentes y profesionales de empresas agroalimentarias, productores y consultores de dichas empresas, emprendedores agropecuarios y agroindustriales, etc. En ENAE, como escuela de negocios situada en un enclave estratégico para la agroindustria, apostamos por una formación de calidad, adaptada a los nuevos retos de la globalización y los mercados, con el Máster Universitario en Dirección de Agronegocios.
Además del horizonte laboral que se abre en este campo, su contribución permitirá mejorar las condiciones de competitividad de la industria agroalimentaria, en un sector estratégico en la economía actual post pandemia.
En este artículo te detallamos algunas de las claves que definen la relación entre agricultura y cambio climático, así como las líneas de acción que se vienen poniendo en marcha y que hacen de la formación en el campo de la agricultura adaptada al cambio climático un área con mucho presente y futuro.
La agricultura contribuye al cambio climático pero también puede mitigarlo. De hecho, el término CSA (Agricultura Climáticamente Sostenible) fue presentado, en 2010 por la FAO, con el objetivo de mejorar la capacidad de los sistemas agrícolas, incrementando la productividad y la resiliencia, reduciendo los gases de efecto invernadero al tiempo que contribuyen a la consecución de objetivos de seguridad alimentaria y desarrollo
Los datos de emisiones de gases de efecto invernadero de la actividad agrícola son preocupantes: contribuye con un 14% de las emisiones a nivel mundial.
En la segunda mitad del siglo pasado se desarrollaron nuevas técnicas para aumentar los rendimientos de los cultivos, y se encontraron maneras de aprovechar el nitrógeno del aire, y métodos para usar este proceso para hacer fertilizantes poderosos. Los agricultores aplicaron estas técnicas para asegurarse de que pudieran satisfacer la demanda de alimentos. Todo ello sin embargo tiene su contrapartida en la repercusión sobre el medio natural.
La limpieza de la tierra para la producción de cultivos disminuyó la calidad del agua. Algunas otras prácticas para aumentar los rendimientos aumentaron los gases de efecto invernadero.
La creación de tierras de cultivo a costa de despejar tierras boscosas y praderas, la pérdida de entre un 50 y un 90% del carbono orgánico original de los suelos, pasando a dióxido de carbono en la atmósfera, etc., son algunos de esos efectos negativos.
Cuando se cultiva el suelo, ya sea arando, labrando o incluso utilizando maquinaria para trabajar las granjas, la materia orgánica, protegida durante cientos de años dentro de la matriz del suelo, se expone rápidamente al oxígeno y los microbios. Como resultado, el dióxido de carbono se libera a la atmósfera.
La toma de conciencia de dichos efectos negativos, ha hecho que se trabaje de forma coordinada entre instituciones y el sector agrícola en el desarrollo e implantación de estrategias y herramientas innovadoras para facilitar la adaptación y mitigación de los efectos del Cambio Climático en los Sistemas Productivos Agrarios, y en este sentido, la innovación es clave para mejorar las prácticas agrícolas, optimizar el uso de recursos y aumentar la productividad y la sostenibilidad del campo.
Aumentar la capacidad de la tierra agrícola de absorber CO2 es clave en la lucha contra la crisis climática. Tanto es así que en septiembre de 2019 se celebró un Consejo “informal” de Ministros de Agricultura de la UE donde se debatió el papel de los suelos agrícolas, contra el cambio climático, mediante el secuestro de carbono, acordando apoyar el papel de la agricultura en la lucha contra el cambio climático a través de la PAC.
La conclusión es clara: si bien la agricultura participa del cambio climático, a la vez que se ve perjudicada por el mismo, también tiene la capacidad de atenuarlo.
En este marco en el que se conjugan las mejoras en las prácticas agrícolas, la optimización en el uso de los recursos y el aumento de la productividad y la sostenibilidad del campo, el papel de la innovación es clave. De hecho, según un estudio publicado el pasado octubre en Nature Climate Change, estas mejoras en la gestión de la agricultura y la silvicultura pueden facilitar hasta un tercio de los objetivos del acuerdo de París (COP21 de París, celebrada en la capital francesa en diciembre de 2015, donde se aprobó el Acuerdo de París, que pasará a la historia por ser el primer acuerdo vinculante sobre el clima a nivel mundial).La apuesta por la biodiversidad es fundamental para fomentar el secuestro de carbono, pero también la apuesta por nuevas vías como la agricultura de precisión, que permite una mayor productividad y eficiencia en el uso de la energía, y la agricultura de conservación, dirigida al uso eficiente de los recursos naturales.
Las estrategias que se pueden llevar a cabo para fomentar la captura de CO2 incluyen asimismo la rotación de los cultivos, que además de ayudar a reducir las pérdidas de nitrógeno, aumenta la biomasa subterránea y, por tanto, la capacidad de retención de Carbono. Pero también otros aspectos como la agrosilvicultura, la reducción del laboreo o la reforestación, o la siembra directa.
Asimismo, la rotación de cultivos, la reducción del laboreo, la reforestación, la siembra directa y la agrosilvicultura son otras estrategias que se pueden llevar a cabo para fomentar la captura de CO2.
El sector agrícola del siglo XXI se orientará a un triple objetivo: