Por Milagros de Torres, doctora en Filología y experta en comunicación empresarial. Profesora, entre otros, del MBA Executive y el Máster en Dirección Comercial y Márketing de ENAE Business School. Jan Carlzon, el directivo sueco que reflotó las líneas aéreas SAS y creó una forma optimista e ilusionante de trabajar con sus revolucionarias ideas sobre Los momentos de la verdad, difundió en su libro una anécdota que demuestra cómo la comunicación puede transformar la visión del trabajo y convertir una tarea anodina y dura en un trabajo estimulante que perdura y da sentido al esfuerzo.
Según quién fuese su capataz, los canteros de una obra en la Edad Media respondían de forma distinta a la pregunta «¿Qué hacéis?». Mientras que unos respondían «picamos piedra», otros eran capaces de ver el futuro de su trabajo, la obra culminada: «Estamos construyendo una catedral».
Es evidente que el capataz de esa cuadrilla les había proporcionado una información positiva y alentadora que los comprometía en una obra de equipo con mayor trascendencia.
Había sido capaz de inspirar una visión de hacia dónde se dirigía su obra y hacerles sentir que tenían una misión que alcanzar. A menudo en nuestras empresas, las personas realizan tareas rutinarias y sin horizonte; se afanan cada día junto a otros en labores que no permiten ver la trayectoria del trabajo que realizan y se van a su casa con la sensación de ser abejas obreras circunscritas a un departamento, sin saber qué hacen otros y cómo con su trabajo contribuyen a dar vida a la empresa; sin que sus ideas, su talento y su capacidad para transformar su empresa importen a nadie.
Sin canales de comunicación para que fluyan las ideas y sin liderazgo comprometido con las personas, sólo se pica piedra. No hay savia nueva. Se incuba la rutina y se desaprovecha el talento que la propia organización ha contribuido a formar.
Para que los empleados de una empresa tengan la sensación de que con su trabajo se construye un proyecto y se transforma el mundo, hace falta que los directivos dejen de encerrarse en sus despachos y oír solo a otros directivos que ven las cosas desde su misma perspectiva.
Es necesario abrir las compuertas de la comunicación para que fluya y permitir que revitalice el sistema. Tener un plan de comunicación interna es dar la batalla contra el desánimo en todos los frentes: comunicar por tierra, mar y aire para que las personas se sientas comprometidas con el proyecto, sepan que cuentan para la empresa y que la empresa cuenta con ellas. Para que el organismo empresarial produzca, aun en tiempos de sequía, los mejores frutos.