por Miguel Bello, Profesor en el Executive MBA de ENAE Business School
Existe una especie humana que representa una seria amenaza para las organizaciones en las que habita. Se trata del pesimista, cuyos efectos negativos han de ser aniquilados al observarse los primeros síntomas.
Sus características más notables son: le encanta la ley de Murphy y piensa que la tostada caerá siempre del lado de la mermelada. Suele jactarse de su actitud y le gusta recordar a sus colegas que algo de lo que se está planeando probablemente saldrá mal. Es la persona de los “yates”: “ya te decía yo que iba a salir mal” es una de sus frases favoritas.
La lucha contra los pesimistas nos deja agotados y a menudo con sensación de impotencia y resignación. Las consecuencias para el ánimo y la moral colectivas de su entorno pueden resultar demoledoras, por lo que la mejor táctica, siendo prácticos, es huir de su presencia como gato escaldado. ¡Son como las nubes, cuando desaparecen acaba luciendo el sol!
Para el pesimista, las cosas son imposibles y empeñarse en lo contrario es prueba de un idealismo utópico propio de ilusos. Si nos empeñamos en mantener nuestra visión positiva de las cosas, no tardará en aparecer la frase: “luego no me digas que no te lo he advertido. Pero no se trata de una persona que ocasionalmente tenga un mal día, y ese día vea la botella medio vacía, no, es que siempre la ve vacía. Y si estuviera llena casi hasta el borde, diría que todavía le queda una burbujita de aire en la parte de arriba, ¿dónde le preguntaremos? Y nos responderá: cerquita del tapón. ¡Agotador!
No es preciso insistir sobre los efectos negativos que esta actitud puede llegar a producir: frena la creatividad, y la innovación, lastra la ilusión y el entusiasmo y frustra a quienes se dejan arrastrar por la corriente nada positiva que generan.
La mejor receta para vencer al pesimista (excluyendo los casos del denominado “realista bien informado” o pesimista ocasional) es la de razonarle acerca de la infelicidad que su actitud provoca, no sólo en quienes tiene a su alrededor, sino también y mucho más, en él mismo. Nada nos obliga a mantener una actitud positiva o negativa “Tu actitud tú” dice una la eliges frase que es necesario recordar de vez en cuando. Ahora bien, puestos a elegir, adoptemos la actitud positiva, veamos las cosas como posibles, mostremos entusiasmo y alegría y tratemos de trasladarlo a nuestro amigo pesimista, recordándole que reír es bueno y que además, es gratis. Si a pesar de intentarlo, vemos que la causa está perdida, siempre nos quedará el recurso de desearle que viva muchos años, pero que viva lejos.
Desde luego hay que apartarle mientras persista en su actitud, de todo aquello que signifique construir, innovar o impulsar cosas nuevas, pues de lo negativo y del pesimismo no surgieron precisamente las grandes hazañas de la historia; sólo las rutinas de siempre y el miedo al cambio. Como para tenerle cerca en los tiempos que corren.