Las innovaciones tecnológicas no son suficientes en los organigramas de las empresas. El éxito es complejo y volátil, por lo que el liderazgo y el talento son fundamentales para gestionar cambios o mantener estructuras en el ecosistema productivo en función de la evolución económica, la industria y el modelo de negocio.
Existe la suerte, pero encomendarse a ella es arriesgado e imprudente. Los procesos para generar valor deben tener como pilares la tenacidad y la insistencia, que serán más fuertes cuanto mayores sean las capacidades e inteligencia. Ahí surge el talento, que debe ser aprovechado cuando es innato –esté o no descubierto- y potenciado mediante la formación si la habilidad permanecía oculta.
Se atribuye a Sócrates el aforismo “Conócete a ti mismo”. Y, si bien también se le ha atribuido a Heráclito, a Tales de Mileto e incluso a Pitágoras, lo cierto es que los griegos ya eran conscientes de que el autodescubrimiento y el desarrollo personal, al igual que la confianza en uno mismo, eran la base para desarrollar cada cual su habilidad.
Las primeras habilidades se descubren en la infancia y son las experiencias pasadas las que hablan de nosotros y determinan nuestras capacidades –en lo bueno y en lo malo-. No obstante, los talentos aún pueden descubrirse en actividades que aún no se han realizado, por lo que es preciso huir de las creencias limitantes. En caso contrario tendremos una percepción muy limitada de nosotros mismos y estará distorsionada por nuestra experiencia subjetiva.
El talento, por tanto, se clasifica en:
En cualquiera de sus estados ha de ser cada profesional quien debe encontrar su propio espacio y el punto de encuentro entre las aptitudes naturales y las inclinaciones personales.
Vuelvo al aforismo griego para guiar el descubrimiento del talento. Lo primero es reconocer dotes naturales, aquello en lo que es bueno como profesional haciendo al mismo tiempo una labor de introspección personal para analizar temperamentos y rasgos propios. Además de las dotes para el desarrollo de una actividad profesional, cada uno debe analizar qué le apasiona realmente.
La pasión es el motor para desarrollar el talento. Hágase una pregunta: ¿Qué haría incluso gratuitamente por el simple placer de hacerlo? Y la tercera premisa es la experiencia. Un talento no desarrollado permanecerá siempre oculto, por lo que sus capacidades serán improductivas.
Estas tres propuestas son fundamentales para guiar el descubrimiento del talento, pero hay otras que permitirán profundizar en nuestra búsqueda natural:
Toda habilidad que tengamos requerirá de una formación adecuada para desarrollarla con garantías de éxito, y la formación debe ser continua para adaptarnos a los nuevos entornos y desterrar viejas rutinas que pueden anquilosar nuestro desarrollo profesional.
La formación es la mejor inversión que podemos hacer en nuestra vida, más aún cuando para alcanzar la excelencia se precisan nuevas herramientas en forma de conocimientos. En este apartado en ENAE Business School conocemos bien de lo que hablamos tras una experiencia acumulada de más de 30 años formando a los mejores profesionales.