Cuando hablamos de compromiso en nuestra vida privada, tendemos a implicarnos en aquello que más nos afecta, en la palabra dada, en acercamientos solidarios, o en promesas de cualquier naturaleza. Cuando lo hacemos como empleados comprometidos asumimos los objetivos de la empresa, nos convertimos en personas proactivas de equipo, y nos esforzamos por añadir valor en todo cuanto nos atañe.
Ahora bien, esta dedicación, este sentimiento de pertenencia no es gratuito; sería la respuesta lógica a un estilo de liderazgo participativo abierto y transformador, estimulante de un clima laboral donde no faltaran oportunidades para crecer profesionalmente, donde se tuviera presente la motivación a través de un adecuado salario económico y emocional y, en suma, donde uno sintiera la satisfacción de estar trabajando en una empresa de las que valen la pena.
Sin embargo y, a pesar de lo dicho, el fomento del compromiso de los trabajadores no constituye una prioridad en buena parte del mundo empresarial. De hecho, en una encuesta realizada recientemente entre 100 compañías españolas de diferentes dimensiones, resultó que el 87%, compartía la importancia del compromiso como factor crítico para la sostenibilidad de la empresa, pero, sólo el 11% reconocía haber puesto en marcha programas de sensibilización y formación que, supusieron mejoras notables en la productividad, en la fidelización de los empleados, en la reducción del absentismo y, por último y no lo último, en los resultados de la empresa,.
Una vez más, prédica y práctica seguían caminos divergentes. La necesidad de atraer y retener el talento parecía quedarse en un mero discurso explicativo, cuando no justificativo, achacado esencialmente a la presión del trabajo diario que no permitía pensar más que en cómo sacar adelante lo más urgente y apremiante. El resto quedaba en un “ya quisiéramos, pero falta tiempo para tantas cosas …”
Esto recuerda la historieta de aquel leñador que de forma acelerada cortaba tronco tras tronco sin un momento de respiro. Un anciano que por allí pasaba al ver la dificultad con la que el hacha penetraba en la madera, le aconsejó afilarla, a lo que el leñador respondió: “No tengo tiempo que perder, he de terminar la faena antes de que termine el día y ya está poniéndose el sol”. Moraleja: lo urgente, como tantas veces, nos priva de lo importante.
No descubrimos nada si decimos que, para ajustarse a los nuevos tiempos, es imprescindible contar con la colaboración y el compromiso de todos desde la cumbre a la base. Las resistencias al cambio suelen proceder de una deficiente explicación sobre la necesidad de adaptarse a entornos cada vez más complicados, o peor aún, cuando la pandemia que padecemos amenaza con un horizonte de crisis económica y social llena de temores e incertidumbres, en el que nuevos tiempos exigirán nuevas decisiones, en el que empresas acostumbradas a una historia de éxito tendrán que renovarse, o se arriesgarán a desaparecer. Es momento de lobos hambrientos y no de tigres saciados.
Las tecnologías, cada vez más sofisticadas, tendrán un protagonismo creciente en el campo de los negocios y singularmente en el comercio online; por lo que, las empresas con menos experiencia en esta técnica, probablemente las pequeñas y medianas, además de formar a su personal, sentirán la necesidad de concertar acuerdos con asesores especializados en marketing digital para la mejor promoción de sus productos o servicios. Los millennials llaman a la puerta.
La dirección quizás tenga que modificar su estilo tradicional y asumir la responsabilidad de fijar metas y caminos impredecibles pocos meses atrás. Con su capacidad de liderazgo y su autoridad moral habrá de minimizar con más hechos que con palabras, el impacto amenazante e improductivo del agobiante estrés. Habrá de ser como el patrón de trainera, o como el jefe de caravana del antiguo oeste americano: uno más, pero el más.