Por Enrique Egea, Director General de ENAE Business School y Director Gerente de la Fundación Universidad Empresa de la Región de Murcia.
Este debate recoge comentarios que hacen unos y otros autores de forma continuada. Los que creen que hay que mantener una determinada austeridad y reformas estructurales como medio para llegar posteriormente a un crecimiento económico sustentado en bases sólidas y que pueda ser autosostenido, reciben críticas de una parte importante de la sociedad. Los que mantienen la teoría del crecimiento basada en el aumento del gasto, aparecen como los buenos de la política y de muchos ciudadanos, podemos gastar más y seguir pidiendo prestado si no tenemos suficiente con nuestros propios ingresos; éstos se oponen las reformas, no mencionan la dificultades de mayor financiación externa y no señalan bien si renuncian o no al modelo de crecimiento que se ha seguido.
Se ha manifestado que uno no puede hacer previsiones que no son optimistas porque, por una parte, muchas personas mostrarán su rechazo a dichas previsiones y, por otra, le tomarán por un pájaro de mal agüero, aunque estas previsiones se acerquen muchísimo a la realidad. Sin embargo, si uno hace previsiones optimistas tenderán a ser creídas aunque luego difieran mucho de la realidad. Ante estas noticias algunos dicen, “me gusta aunque no sea cierto”. Hay personas no tienen inconveniente en decir que se puede gastar más, aunque eso sea autoengañarse. Solo escuchamos lo que queremos oír.
La austeridad no significa que no se gaste, sino que no se derroche, que no se gaste en cosas improductivas. Cuando se habla de austeridad a nivel regional es, por ejemplo, que no se construyan autovías por las que no circula casi nadie lo que es fácil de comprobar, por que no responden a los intereses generales de la región sino a particulares de determinadas áreas geográficas. Los mismo puede suceder con instalaciones hospitalarias y educativas. Pero, a este aspecto de inversiones, hay que añadirle otro tan grave o más que es el correspondiente al gasto corriente que se realiza en una administración local y regional, que no es eficiente en algunos/muchos de sus componentes y en las cuantiosas transferencias corrientes a instituciones que se deberían de financiar con sus propios ingresos y así demostrar que son útiles a la sociedad y, que ésta las sustenta.
Cuando se hace referencia a la austeridad nacional en el campo de las inversiones, uno puede preguntarse cuál es el nivel de aprovechamiento de determinadas vías del AVE, Aeropuertos, radiales para entrada en las ciudades, autovías (AP 36) La Roda-Madrid, Cartagena-Vera, nivel de explotación de desaladoras, etc., etc. Son inversiones en las que se ha malgastado el dinero. Junto a ello ha que incrementar la eficiencia de la administración con la consiguiente reducción del gasto corriente, y disminuir el volumen de transferencias corrientes.
Los que defienden la austeridad consideran que la pérdida de productividad y competitividad en España entre 1999 y 2009 hay que recuperarla y para ello nuestros precios y salarios tienen que disminuir. Es cierto, y una buena noticia, que una parte de los trabajadores están respondiendo a la demanda de la industria automovilística, y han aceptado las condiciones impuestas por los fabricantes, porque éstos vieron que si no era así abandonarían España. Y también responden las empresas que exportan y se internacionalizan, puesto que demuestran que pueden competir fuera. Ahora bien, hay otros muchos españoles que lo pasan mal, que están indignados, etc., y creen que se puede volver al periodo anterior. Eso, en mi opinión, ya no es posible. Desde luego, se puede salir y mejorar la situación actual, pero en un mundo más globalizado y más competitivo, y muchas cosas cambiarán.
Los que defienden el crecimiento creen en la conveniencia del al aumento del gasto público, del déficit público y de la emisión de deuda. Y ninguna de estas variables es perjudicial por sí misma, depende de cómo se utiliza y con qué intensidad. El gasto público puede ser productivo y conveniente, e improductivo y perjudicial, y sobre todo hay que conocer si está dentro de nuestras posibilidades financieras o no. El déficit no es malo per se, siempre que sea reducido y se deba a inversiones productivas. El adquirir deuda tampoco es malo inicialmente, lo será o no según se invierta el dinero pedido a préstamo. Cuando tengo una pequeña deuda pública posiblemente puedo atenderla sin dificultades, pero cuando ésta se hace mayor, el pago de los intereses y amortización me deja poco dinero disponible para otros gastos y cada vez es más cara financiarla.
Los que consideran que hay que pasar por un periodo de austeridad y olvidar el pasado modelo de crecimiento, con mucho gasto público, que ha conducido a pérdida de competitividad, elevado déficit y deuda pública y privada, deberán de especificar cómo se hará la selección del gasto y qué reformas estructurales hay que llevar a cabo, para incrementar la productividad y competitividad de forma que se consiga un crecimiento económico estable en un mundo globalizado.
Los que consideran que hay que aumentar el gasto público, tendrá también que decir: en cuánto más se va a aumentar, a qué se va a destinar, cómo va evolucionar el déficit y la deuda y cómo van a conseguir la confianza en los que nos prestan y con que tipo de interés lo van a hacer y si no nos van a poner condiciones para dar los nuevos préstamos. Y, principal, qué reformas hay que hacer en el modelo anterior de crecimiento para no reproducir los errores del pasado.
Enrique Egea Ibáñez. Catedrático Universidad de Murcia. Director de ENAE, Business School.