Vivimos tiempos en los que la incertidumbre se ha hecho nuestra compañera de viaje. Desde que hace unas semanas, nuestras vidas empezaron a cambiar drásticamente. Es curioso ver lo acertado que estuvo Maslow con su pirámide de necesidades. En su teoría, se habla que los humanos vamos subiendo en el nivel de las necesidades, conforme vamos asentando otras, como si se tratase de la construcción de una casa.
El primer nivel, los cimientos de la casa, son las necesidades básicas o fisiológicas (respiración, alimentación,…).
Completado ese nivel, surgen las necesidades de seguridad y protección.
Continuamos con las de pertenencia a grupos sociales.
Alcanzados los niveles anteriores, aparecen las necesidades de estima (autorreconocimiento, confianza, estima).
Por último llegamos al nivel más alto de la tan ansiada autorrealización.
Desde luego a más de uno se nos han movido los cimientos de nuestras necesidades, volviéndonos a preocupar cosas que teníamos durante mucho tiempo olvidadas y no valoradas. El refranero español, que tiene frases para todo, lo resume en “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.
Quizás el mundo que vayamos a ver después del confinamiento sea muy distinto al mundo en el que vivíamos anteriormente. Solamente tenemos que pensar en lo que cambió la manera de viajar en avión tras los fatídicos atentados del 11 de septiembre. Todos vemos con total normalidad el tener que aguantar largas colas, descalzarnos, quitarnos el cinturón, no llevar líquidos, sacar todos los dispositivos electrónicos para tener que entrar en un avión.
Pues para hacernos una idea, podemos ir mirando a China. Y si es posible deberíamos mirar con más atención de lo que hicimos hasta hace muy poco, ya que la mayoría ignoramos la información que nos venía de allí, porque parecía que eso no iba con nosotros. El uso de mascarillas masivo, control de aglomeraciones, distanciamiento social, son algunas de las cosas que nos van a ayudar a mantener a raya al Covid 19 mientras que la ciencia no encuentre al menos una vacuna. Que nuestra vida vaya a ser muy distinta a partir de ahora, creo que es algo que nadie pone en cuestión. En lo que sí que hay debate es si estos cambios son temporales o permanentes. En mi humilde opinión, creo que los cambios vienen para quedarse…
Pero no es mi intención la de dibujar un horizonte oscuro. Nos conviene no olvidar que, afortunadamente para nosotros, somos la generación que más avances científicos tenemos a nuestra disposición para luchar contra esta situación. Sin quitar un ápice de importancia a la pandemia en la que estamos inmersos, nuestra posición es significativamente mejor que la que tuvieron nuestros abuelos o bisabuelos en la pandemia de la conocida como “Gripe española” allá por 1918. Y hecha esta reflexión, que pretende relativizar nuestra desgracia, es a partir de donde tenemos que empezar a utilizar una de las cualidades que nos ha hecho evolucionar a lo largo de los tiempos, la capacidad de adaptación.
Recuerdo en una charla del economista Carlos Rodriguez Braun que habló sobre un ejemplo de la capacidad de adaptación de la sociedad, que me resultó muy curioso. Si pensamos en las imágenes de las ciudades de la primera mitad del siglo pasado, había una cosa que llamaba mucho la atención y era ver que la inmensa mayoría de hombres llevaban sombrero. Con el paso del tiempo, el uso de sombrero pasó a ser algo excepcional. Pero ¿a dónde fueron todas esas personas que se dedicaban a fabricar todos esos sombreros que aparecían en las imágenes? Rodriguez Braun investigó sobre este tema y no encontró ningún atisbo de recesión vinculada a este cambio de tendencia. La respuesta más probable es que esas personas, simplemente, buscaron otras ocupaciones.
Sin duda, el distanciamiento social, tan necesario en este momento para salvar vidas humanas, va a condicionar el desarrollo o la continuidad de muchos negocios actuales. Esa realidad está ahí y no la podemos cambiar. Lo que podemos elegir es la actitud con la que afrontamos los cambios. Podemos emplear nuestro tiempo en lamentarnos, en decir lo desafortunados que somos o podemos empezar a agudizar nuestro ingenio para adaptarnos a la situación.
La “virtualización” de muchos de los entornos de trabajo está siendo la tónica general durante estos días. En particular trabajo en una empresa farmacéutica que fabrica soluciones intravenosas, cuyo consumo no es que siga siendo necesario, sino que se ha incrementado con la pandemia. Para afrontar la crisis, todas las labores que se podían hacer desde casa (I+D, administración, formación,…) se han virtualizado de manera inmediata. Pero es indudable que una fábrica, por muy automatizada que esté como es nuestro caso, precisa de la presencia de personal para llevar a cabo la producción. Un completo plan que combina la seguridad de nuestros empleados junto con la necesidad de mantener nuestro proceso de producción hace que mantengamos al máximo nuestra capacidad productiva.
Las empresas se están adaptando al teletrabajo a una velocidad vertiginosa. Por supuesto que no todos los empleos se pueden hacer a distancia, pero hay casos que me llaman especialmente la atención. Hay centros deportivos que han empezado a hacer sus clases dirigidas de manera online, en la que el monitor no solamente explica los ejercicios, adaptados a un entorno doméstico (utilizando por ejemplo botellas de leche como lastre), sino que corrige las posiciones de los alumnos para que ejecuten las rutinas correctamente. Si me lo cuentan hace un mes, no me lo hubiese creído. Como decía anteriormente, creo que muchos de estos cambios han venido para quedarse. No quiero decir con eso que la gente no vaya a poder volver nunca a los gimnasios, pero quizás toda esa adaptación que se está realizando a día de hoy, pueda permitir una combinación entre el mundo virtual y el real adaptado a las necesidades de cada persona. Pensando en un futuro más normalizado sin la amenaza tan acuciante de un virus, la adaptación que están haciendo algunas empresas permitirá dar un valor añadido a los clientes. Volviendo al ejemplo del gimnasio, este podría combinar las modalidades presencial y online, de manera que sea el usuario el que pueda elegir en un determinado momento si opta por ir al gimnasio a llevar a cabo su sesión o si la realiza en casa porque no le apetece o no puede desplazarse.
En el entorno de la formación en general y de las escuelas de negocios en particular, este proceso ya se estaba llevando a cabo. En los muchos años que llevo colaborando con ENAE, he participado en formaciones semipresenciales o “blended” en las que se combinan sesiones y contenidos en un campus virtual, con periodos presenciales en la sede de ENAE. Como en cualquier proceso que se va repitiendo, este tipo de formación se ha ido mejorando. La actual crisis en las que nos vemos inmersos, puede ser una oportunidad para mejorar esta modalidad de manera significativa. Un elemento fundamental para la formación a distancia es la tecnología. El incremento del ancho de banda de los últimos años y que estos días nos hace llevar mucho mejor este confinamiento, pudiendo ver regularmente a nuestros seres queridos, es un factor tecnológico que nos pone en una posición inmejorable para desarrollar la formación a distancia. Otro elemento tecnológico importante son las herramientas específicas o plataformas para la formación. Si bien estas herramientas han ido mejorando durante los últimos años, es de esperar que la necesidad imperiosa de mejorar la formación a distancia nos traiga cada vez mejores entornos virtuales que permitan mejorar la experiencia de formación.
Pero toda esta tecnología por sí sola no sirve de nada sin la actuación de los dos actores fundamentales, que son los profesores y los alumnos. Y aquí de nuevo tenemos que elegir nuestra actitud. Podemos lamentarnos de las dificultades que tiene esta nueva modalidad de aprendizaje o podemos adaptarnos al medio, tratando de innovar y buscar todo aquello que pueda ayudar a mejorar la experiencia educativa. En este momento, los canales de comunicación de la comunidad de ENAE se ciñen a la modalidad online, pero, aunque el futuro cambie, se volverán a abrir canales de comunicación presenciales. Estoy convencido de que todo este impulso a la formación en entornos virtuales, lo aprovecharemos en un futuro con menos restricciones de movilidad. De esta manera, habremos creado procesos que combinarán las modalidades presenciales y online, aportando un mayor valor añadido a la experiencia de aprendizaje. Y la creación de valor, no lo olvidemos, es una de las enseñanzas principales que ha de fomentar cualquier escuela de negocios.
Termino apelando a cada uno de nosotros analicemos nuestro entorno y actuemos desde una perspectiva los más positiva posible, dentro de las circunstancias. Como dijo Marie Curie “Nada en la vida debe ser temido, solamente debe ser comprendido. Ahora es el momento de comprender más para poder temer menos. Juntos, saldremos de esto.