por Rocío Salcedo Galera, alumna del International MBA de ENAE Business School.
Percibimos la realidad en base a nuestro sistema de creencias, definido a lo largo de nuestra vida en base a la cultura, los valores y la educación adquiridos, el idioma que hablamos, el país donde crecemos, nuestra religión, familia, profesores, experiencias de éxito o fracaso, vivencias... Nuestras creencias configuran una realidad interna que nos ayuda a sentar las bases de nuestra identidad y actuamos en consecuencia. Determinan nuestras decisiones y acciones, encaminando nuestra vida en una determinada dirección. Están profundamente arraigadas, muchas veces en el subconsciente, y nos aferramos a ellas porque nos aportan seguridad y certidumbre: el mundo tiene sentido para nosotros cuando nos las confirma y es predecible.
Resulta paradójico que actuamos como si fueran verdades absolutas cuando se trata de algo que hemos adquirido externamente y rara vez las cuestionamos, sobre todo si tenemos en cuenta que pueden generar el poder y la energía para que alcancemos nuestras metas o suponer limitaciones y obstáculos para hacer realidad nuestros sueños y/o conseguir nuestros objetivos. Llegados a este punto me planteo, nuestras creencias, ¿nos impiden o nos ayudan a desarrollar todo nuestro potencial? ¿Nos otorgamos la importancia, el reconocimiento y la valoración que merecemos?
Robert Fritz sostiene que casi todos creemos que no podemos cumplir nuestros deseos. Esta creencia se genera casi inevitablemente en la infancia: los niños aprenden sus limitaciones como una cuestión de supervivencia. Creencias, como “no puedo”, “eso no es para mí”, pueden dar lugar a que renunciemos a nuestros sueños por los meros límites que nosotros mismos nos ponemos. Henry Ford dijo que “son más los que se rinden que los que fracasan”, lo que se reafirma cuando, en vez de luchar por aquello que deseamos, andamos sin rumbo fijo, dejando que las cosas pasen en vez de hacer que pasen, generando sentimientos de fracaso, frustración, insatisfacción e infelicidad.
Cuando reconocemos que estamos equivocados podemos reaccionar y cambiarlo. Decía un proverbio tibetano que "Aquello que niegas, te somete. Aquello que aceptas, te transforma". Sin embargo, cuando identificamos las creencias que nos limitan y las cuestionamos, nuestros cimientos se tambalean, generando inseguridad, incertidumbre, miedo y sobre todo, un conflicto de identidad: nos sentimos perdidos.
Resulta curioso que algo que puede ser muy positivo para nosotros nos lleve por este camino de arenas movedizas. El coaching es una excelente herramienta para descubrir los posibles frenos y barreras que el coachee puede estar interponiendo en su camino. Las personas que no han perseguido sus sueños o las que no se permitieron llegar a formularlos, descubren a través del coaching qué creencias les obstaculizan. Hablar en público, dirigir un equipo, cambiar de trabajo, emprender, etc. son situaciones habituales con las que se encuentra un coach y en las que un profundo cambio de creencias puede ser la solución.
Una vez alguien me dijo: “un error no es un fracaso, sino una acción con consecuencias distintas a las esperadas”, una frase que cambió totalmente mi forma de enfrentarme a nuevos retos, perder el miedo a equivocarme y entender que a veces nuestra forma de ver el problema puede ser parte del problema. Cuestionar nuestras creencias, valorarlas y ver los posibles efectos negativos que han tenido hasta el momento nos ayuda a plantearnos acciones para modificar nuestras creencias anteriores, transformándolas por patrones más poderosos y desarrollando así la determinación y el compromiso necesarios para esforzarnos por lograr aquello que deseamos.
Foto vía: Empresariados