Por Antonio Ángel Pérez Ballester. Profesor en el Máster en dirección de Personal y RRHH. el MBA en dirección de Empresas y el Curso de Experto en Logística de ENAE Business School. Socio-director de INFLUYE - Coaching & Desarrollo.
Dedicado a todas las mujeres y hombres que creen en lo que hacen, y lo hacen muy bien; que se alimentan con ilusión y generan esperanza; que son audaces y levantan otro mundo, mientras los demás se resignan y gritan que no es posible.
Servían buenos menús a precios económicos, cuidaban la higiene de los baños, tenían la sonrisa puesta y el plato caliente. Pretendía vivir de algo que le gustaba hacer, y ayudar a otros que pensaran como ella, y si sobraba algo, pagarse unas vacaciones y por supuesto, asegurarse su vejez. Pronto el boca-oreja funcionó y pudo dar de alta a Walter, que trajo a su mujer –Lidia- de Bolivia, y no pasó mucho tiempo para que ésta le ayudara en la cocina e incorporara al menú alguna especialidad de su tierra. Todo marchaba bien, compraba a diario las materias primas, dejaba en la carta lo que funcionaba, y tenía hasta tres opciones por plato, invitando siempre a café a sus clientes.
Elvira no mostraba mucho interés por lo que pasaba en el mundo; no tenía televisión (no permitió que entrara en su restaurante), ni leía los periódicos; su tiempo libre lo dedicaba a jugar a las cartas con sus amigas, dar paseos y recibir clases de pintura (era una ilusión que nunca había manifestado). Desde luego, las cosas no marchaban bien para muchos, pero ella no lo notaba, al contrario, su comedor siempre estaba lleno, mientras otros del lugar habían despedido empleados y uno incluso, cerró. No tocó prácticamente los precios en tres años, y los parroquianos se lo agradecieron llenando su local, a pesar que nunca abrió por la noche, pues con los desayunos y comidas, le bastaba, cerrando incluso dos días por semana. No obstante tomó algunas decisiones, pues notaba que estaba perdiendo calidad en el servicio.
Contrató dos chicos que le venían los días más fuertes para ayudar en el comedor, alquiló el terreno colindante para que pudieran aparcar camiones, y continuó con su política de calidad, con su menú, sus cafés gratis y su trato impecable.
Unos meses después, Elvira cerraba su local y llamó a su hijo:
Tenías mucha razón, verdaderamente estamos atravesando una gran crisis, gracias a ti hemos llegado a tiempo y he podido salvar lo justo para poder cumplir con el banco.