La comunicación interna en la empresa actúa como la grasa en los ejes, no genera ruido y facilita el buen funcionamiento del conjunto; sin embargo, suele ser problema común en la mayoría de las organizaciones. Las omisiones (involuntarias o no, que de todo hay) las interferencias, la pasividad de algunos, los puenteos, las impertinencias, la falta de empatía entre compañeros, etc. no sólo rompen convivencias, sino que destruyen motivaciones, trascienden a los clientes y empeoran la imagen de marca en contradicción con la armonía y calidad que suelen predicarse.
La conjunción de lo diverso (creencias, culturas, orígenes, razas, etc.) que cada día se da más en las organizaciones, es un aspecto crítico a considerar y que, bien aprovechado, añade indudable valor. Ahora bien, si por el contrario, ese multiculturalismo produce rechazos o dificultades en las relaciones exigibles a cualquier grupo de trabajo, es necesario atajarlos cuanto antes. Porque los estériles enfrentamientos acostumbran a convertir la imprescindible buena armonía en discusiones y rupturas de tipo personal, y no siempre por razones profesionales, donde los puntos de vista distintos son más que deseables, al posibilitar el análisis de las situaciones con mayor profundidad, pero evitando, en todo caso, protagonismos y arrogancias que tampoco suman; restan.
Este tema de la comunicación interna, sobre todo en las grandes organizaciones, acostumbra a ser objeto de mucha prédica, pero de menor práctica, o de escaso seguimiento, cuando de ella se derivan en buena parte, la calidad (entendida en el más amplio sentido de la palabra) y la satisfacción de los clientes, por su trascendencia en la comunicación externa.
¡Cuántas lealtades y/o deserciones obedecen a la correcta o mala ejecución de esta variante esencial!
Mientras, en las empresas, se considera natural, el uso y, con frecuencia abuso, de las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación. Se intercambian miles de correos electrónicos, muchos de los cuales, no necesarios, o con limitada operatividad que, entretienen, quitan tiempo productivo, justifican el “para que quede constancia de que te lo he dicho” y poco más. Mucha rama y poca raíz.