Muchos teóricos del mundo económico recurren frecuentemente a la cita: “No es necesario ser una empresa grande para ser una gran empresa”. Cierto. De hecho, si no fuera así, la economía española no estaría entre los 40 países más ricos del mundo, aunque tras la crisis derivada de la pandemia haya cedido cinco puestos (del 34 al 39) y se vea superada por Eslovenia, Lituana y Chipre, menos afectadas por el coronavirus según los informes del Fondo Monetario Internacional.
La economía española está sustentada en la pequeña y mediana empresa. De hecho, la OCDE apunta que España cuenta con 2,63 millones de empresas. De ellas, el 94,4% son micropymes de menos de diez trabajadores; y otro 5,5% son pymes (pequeñas y medianas) de entre 10 y 249 empleados. Así, pues, no llegan al 0,1% las consideradas grandes empresas.
Por completar otros datos, las pymes crean el 74% del empleo de España y por encima del 63% del valor añadido bruto.
En función de lo que convenga destacar, esta atomización empresarial presenta aspectos positivos como es el espíritu emprendedor del empresariado español. Sin embargo, por otra parte, este ‘minifundismo’ dificulta la inversión y el crecimiento de las empresas y la competitividad en el mercado exterior.
Recientemente, el doctor en Economía, profesor y analista del Banco de España Enrique Moral-Benito afirmaba que el tamaño de las empresas no estaba vinculado directamente con su productividad. Al contrario, en un estudio encargado por el propio Banco de España se señalaba que “la ganancia de productividad es ya condición al crecimiento y no una consecuencia”. “Primero ganan productividad y después crecen, y no al revés”, se indica.
Así, la conclusión de Moral-Benito es que el futuro de la empresa española pasa por mejorar la dirección empresarial, en la inversión en I+D y en la formación de los trabajadores.
Tradicionalmente la dirección de nuestras pymes ha estado en manos de sus fundadores. En el caso de la empresa familiar, que son cerca del 89% del total de compañías de España (por encima de los dos millones), su supervivencia es complicada. Tres de cada diez empresas familiares no sobreviven a la primera generación. De ellas, ni siquiera dos alcanzan la tercera generación. Porcentualmente, solo el 15% de los nietos mantienen la empresa que creó el abuelo.
Lo citado anteriormente se refiere a la empresa familiar, pero los datos son similares para el conjunto de las compañías. La ‘mortalidad empresarial’, es decir aquellas que no superan su tercer año de existencia, es de un 84% y en el cuarto baja hasta el 73%. O, lo que es lo mismo, una de cada cuatro proyectos empresariales cierra entre el tercer y cuarto año de vida. Y el porcentaje aumenta a medida que se incrementa el número de años. Solo el 13% de las empresas registradas en España han superado las dos décadas.
Sobre la base de lo que indicaba el profesor Moral-Benito, se puede concluir: la dirección de las empresas no está siempre en las manos más adecuadas.
En la empresa familiar, principalmente aquellas de mayor tamaño, se ha optado por la fórmula de establecer protocolos de actuación, pactos que regulan el funcionamiento de la empresa y que dejan la dirección en gerentes profesionales.
Lo mismo ocurre en otras firmas en las que los socios no intervienen en la gestión del día a día,
No existe una fórmula mágica para convertirse en un buen directivo, pero sí debe presentar determinadas características como son capacidad de liderazgo, empatía o agilidad para asimilar los cambios. Todo ello le granjeará la confianza de los trabajadores, credibilidad y lealtad.
1. Su COMPORTAMIENTO ÉTICO será fundamental, pues es la primera persona que da imagen a la marca. Este tipo de comportamiento conlleva ser transparente tanto hacia dentro como hacia fuera de la organización, por lo que no debe ocultar la marcha de la compañía, y menos aún hacia los socios propietarios. Esto, en cambio, no supone que romperá la confidencialidad a la que está obligado por razón de su cargo.
2. El respeto a las normas y el CUMPLIMIENTO DE LA LEGALIDAD es inexcusable para todo directivo. Y ello no se limita a seguir los códigos relativos a la actividad mercantil, sino a velar por la dignidad y los derechos tanto de sus trabajadores como de clientes y proveedores. Ha de tener muy en cuenta que en ningún momento debe aceptar la discriminación, el acoso o la explotación dentro de la empresa que dirige.
3. Los directores de empresa son el primer ejecutivo de la compañía, por lo que debe tener un AMPLIO CONOCIMIENTO, y actualizado, de los distintos departamentos y de los procesos de producción. Solo si conoce todos los elementos que conforman la empresa podrá responder adecuadamente a las exigencias del trabajo y afrontar los cambios que se requieran
4. Al mismo tiempo debe ser especialmente CUIDADOSO DE LOS RECURSOS de la empresa, tanto los económicos como los materiales y los humanos. Estos recursos no son infinitos y son el principal valor de la compañía, por lo que deberá rendir cuentas a cada momento.
5. Escuchar, SABER ESCUCHAR, es básico para un directivo. Se trata de una cualidad que le permitirá tomar el pulso de la empresa en todo momento, conocer a cada instante la apreciación que tienen los empleados hacia la compañía en la que trabajan; pero también escuchar todas las opiniones que puedan llegarle de los clientes y de otras empresas del sector.
Un directivo que no escucha tendrá dificultades para ganarse el respeto y la confianza de sus subordinados, ello perjudicará la productividad y creará un innecesario ambiente de tensión.
Saber escuchar también permite detectar oportunidades que puedan presentarse, mejorar sistemas de producción o ahorrar coste. Por tanto, debe estar asimismo abierto a las críticas pues podrá reducir errores y evitar futuras crisis.
6. Ejercer la dirección de una empresa sin GOZAR DE INDEPENDENCIA será un lastre para la organización y especialmente en las empresas familiares en las que los accionistas tratan de suplantar al primer ejecutivo. Los miembros de la familia aportarán ideas, por supuesto, pero debe ser el director quien se sienta con independencia para tomar decisiones. Solo un director independiente actuará de contrapeso entre los distintos accionistas –familiares o no- y podrá frenar decisiones que solo beneficiarían a una parte de los propietarios.
7. Esta independencia del director es la que también le permitirá DEFINIR PRIORIDADES sobre los aspectos de vayan a aportar valor a la empresa.
8. Las empresas están en un permanente proceso de adaptación a las nuevas demandas de los mercados y el director debe ser capaz de innovar y ser creativo. Para ello debe estar en una constante evolución que solo podrá alcanzar con una buena base de FORMACIÓN MULTIDISCIPLINAR, que será lo que le permitirá negociar, liderar y dirigir.
9. Por último, es esencial en un directivo que esté motivado. La MOTIVACIÓN del ejecutivo es la piedra angular para trasladarla posteriormente al resto de la empresa. No existe liderazgo sin motivación, por lo que el mejor líder será aquél de motivar al conjunto de la organización para alcanzar en conjunto los objetivos de la compañía. Asimismo, si los directores piden compromiso, deben ser los primeros en estar comprometidos.