Por Fernando Bringas Trueba. Socio fundador de Jolfer Consultores de Dirección y profesor en los programas Máster en Dirección de Personal y Recursos Humanos y MBA de ENAE Business School.
La vida tiene sus leyes y la realidad es tozuda. A nadie le gusta el riesgo. Nadie que no sea masoquista busca el dolor. Y sin embargo estos están presentes en nuestra vida. No podemos cambiar esta realidad pero sí podemos asumirla y aprender a convivir con ella porque tiene sentido.
Se trata de una ley inexorable: para vivir hay que morir, para ganar hay que ceder, para crecer hay que pasar por conflictos y vencerlos. El niño nace a la vida muriendo a su mundo acuático, silencioso y confortable en el seno de su madre. La semilla muere para que pueda brotar el fruto. En una negociación se ceden recursos a la otra parte porque quiero obtener algo de él. En un diálogo constructivo no se debe pretender que el otro venga hasta mi postura sin yo acercarme a la suya.
Esto es perfectamente aplicable a la toma de decisiones. Tomar decisiones es muy importante y tarea nada fácil. Si nos fijamos atentamente, estamos tomando decisiones con mucha frecuencia a lo largo del día. Pequeñas decisiones la mayoría de ellas (entro a tomar un café, compro tal golosina, llamo por teléfono a un amigo...) y no tan pequeñas alguna de ellas. En el ámbito empresarial podemos decir que la rentabilidad de un directivo se mide por la bondad de las decisiones que toma.
Por otro lado, podemos ver en torno nuestro un número considerable de personas indecisas. Tal vez la causa de esta indecisión sea su negativa a aceptar que decidir es renunciar. Y renunciar a cosas buenas. En el fondo, “tomar decisiones es renunciar a la segunda mejor opción.” Y esto es doloroso.
Muchas personas lo quieren todo. No se resignan a renunciar. Cunando estamos frente a una atractiva carta o menú en un restaurante debemos ser conscientes de que para tener una buena comida hay que renunciar a toda la carta menos a un plato. Los jóvenes que terminan el secundario se encuentran ante una perspectiva de múltiples y atractivas posibilidades: puedo estudiar tal cosa, o tal otra, puedo aprender este oficio o trabajar con mi padre en tal sitio... Pues bien, si quieren crecer, tendrán que renunciar a todas esas ricas y atractivas posibilidades para emprender el empeño de conseguir una.
Y en este ejercicio cotidiano de tomar decisiones hay que estar alerta también para no caer en una actitud que puede sonar a prudente pero que no es productiva ni enriquecedora. A algunos les pasa. ¿Cuál es el momento ideal para hacer ciertas cosas? ¿Cuál es el momento ideal para tener un hijo? ¿O para crear una empresa? No se trata de hacer una llamada a la irresponsabilidad y la precipitación sino más bien a no caer en la tentación del perfeccionismo. Por un falso perfeccionismo, “esperando el momento en que pueda ser, pasa el momento en que pudo ser.” ¡Qué lastima que tantas oportunidades, por no aprovecharlas, pasen o, peor aun, se conviertan en amenaza.
Por otro lado, decidir no es fácil ya que existe el rechazo natural del ser humano hacia el cambio. Tanto más fuerte cuanto más grande sea este cambio. Los cambios siempre se perciben como amenaza, como pérdida de libertad. Aunque se cambia para crecer o para buscar una mejora, la adaptación es molesta. Es perfectamente natural que sintamos este rechazo instintivo.
No olvidemos que la mayoría de las innovaciones y buenas ideas de cambio han sido rechazadas al principio por gente inteligente. Recuerdo que en un curso que estaba dando hace años a técnicos y directores de una empresa importante de informática, uno de los presentes confesó en público que él había sido quien más se había opuesto a la introducción del ratón cuando este apareció en el mercado.
¿Cuál es la clave para decidir bien? Para mí, no cabe la menor duda: tener muy claro y muy concreto lo que se quiere conseguir. No una nebulosa de deseo o una abstracción muy bonita (“dar un buen servicio al cliente”, “ser un líder en el mercado”, etc) sino una identificación clara y precisa de la necesidad, carencia o problema que se tiene y que se pretende solucionar con la decisión que tomemos. Las personas que más rápida y certeramente deciden son las que tienen muy claro el objetivo, no las que tienen más dinero, medios o posibilidades. Es el objetivo el que justifica la decisión y no al revés. Y uno de los errores más frecuentes en la gente es lo que podríamos llamar la “justificación a posteriori”: empiezan por tomar la decisión (me compro esto, nombro a Fulano en tal puesto...) y luego “apañan” y justifican el objetivo para adaptarlo a la decisión tomada.
No debemos comenzar el proceso de la toma de decisiones discutiendo soluciones o alternativas. No le demos vueltas al “qué hago” sino más bien al “qué quiero”. Y contestemos a esta pregunta con respuestas claras y concretas. El lenguaje abstracto no ayuda a la acción.
Otra dificultad frecuente que tenemos al tomar decisiones se presenta cuando pensamos en la dificultad de llevar a cabo la decisión que consideramos. ¿No será demasiado difícil? ¿Seré capaz? Muchas cosas que parecen imposibles se hacen posibles al luchar por ellas. Hagamos posibles las cosas arduas afrontándolas. En una ocasión me dijo un buen amigo justo cuando acababa de conseguir una cosa realmente difícil: “lo conseguí porque no sabía que era imposible”. Se hace camino al andar. En la película “El Imperio contraataca” Luke le dice a Yoda: “intentaré sacar esa nave que se ha hundido” Y Yoda le responde: “No lo intentes. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”.
Recuerdo una anécdota que me pasó hace bastantes años en Buenos Aires con el hijo de un amigo que terminaba ese año el colegio. Le pregunté qué iba a estudiar y él me respondió que ingeniería. “¿Dónde piensas estudiar ingeniería?”, le dije. Él, dubitativo, me respondió: “no sé. Me gusta tal sitio porque preparan muy bien pero hay una gran dificultad ya que sólo aceptan a 80 alumnos cada año.” Entonces yo le dije: “pues ve pensando en quiénes serán tus 79 compañeros”. Todavía hoy me recuerda cuando nos vemos, que esas palabras de confianza en él le ayudaron mucho. Se presentó, aprobó y hoy es un ingeniero excelente.
Una última idea en esta serie de reflexiones sobre la dificultad que tiene la toma de decisiones. Cuentan de un señor que estaba en una sala de máquinas tragamonedas de un casino y sacó el premio máximo. En lugar de disfrutarlo, empezó a lamentarse porque estaba jugando apuestas de una moneda en lugar de tres. Asumamos que una vez tomada la decisión, es mucho mejor disfrutar lo que fue que añorar lo que pudo ser. Como dijo Kathleen Sutton: “cuando no se puede tener lo que se quiere, es la hora de querer lo que se tiene”.
Profesor en el Máster de Recursos Humanos y del MBA full time de ENAE Business School es:
Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid.