La primera revolución industrial en la segunda mitad del siglo XVIII representó una transformación de la economía, hasta ese momento basada en el mundo rural, hacia otra urbana y mecanizada. La llamada segunda revolución industrial desde finales del XIX hasta los años veinte del XX sobrevino por la tecnificación de la industria y el uso de nuevas energías como el gas y la electricidad. La tercera revolución, esta vez de la información ya en el siglo XXI, da un paso más y la industria comienza a caminar hacia el uso de energías renovables y optimización de la cadena de suministro.
Los protagonistas de estos cambios son las empresas que en su tercera revolución toman conciencia de que los recursos naturales no son ilimitados y que su consumo debe restringirse.
En este tiempo surge también el concepto de empresa sostenible. No hay un autor al que atribuir esta consideración, que se define como aquella empresa que busca su valor económico al tiempo que el social y el medio ambiental en la zona en la que actúa.
La sostenibilidad empresarial se ha convertido ya en una prioridad para la mayoría de las compañías que ahondan en nuevos modelos basados en equilibrios entre la economía, el bienestar social y la defensa de los ecosistemas. Por tanto, además de la rentabilidad de los negocios, estas empresas se caracterizan por aplicar sistemas productivos que respeten el medio ambiente y la prosperidad de la comunidad en la que actúa.
Por supuesto, los buenos principios que asumen las empresas sostenibles son valorados por los consumidores y sus marcas son más apreciadas en los mercados, lo que les aporta una ventaja competitiva. Una empresa sostenible es más atractiva para el inversor, su productividad mejora, retiene el talento de sus trabajadores y logra importantes ahorros de costes mediante medidas de reducción y la reutilización de recursos.
El ahorro de consumo y el reciclaje son dos de los conceptos utilizados en la denominada ‘economía circular’. Este concepto fue utilizado por primera vez por los economistas británicos David W. Pearse y R. Kerry Turner en 1989, y venía a ser el contrapunto a una economía basada en el modelo producir/consumir/tirar. Ellos proponen un nuevo ciclo en el que impere la reducción de consumos, la reutilización del producto y el reciclaje. De esa manera, sostienen, la empresa, fundamentalmente la industria, dejará menos huella ecológica en el planeta.
La economía circular se basa en lo que podría sintetizarse en siete principios:
Las ayudas públicas para implantar modelos de producción para el autoconsumo energético contribuyen definitivamente al ahorro. Las inversiones necesarias son amortizadas en cortos plazos de tiempo y además el consumidor valorará el cambio al empleo energía obtenida mediante sistemas que contribuyan a reducir la emisión de gases efectos invernadero y evitar el cambio climático.
Comercio justo: Al igual que la explotación de recursos naturales no está bien visto, tampoco lo está recurrir a mano de obra barata sometida a ‘semiexclavitud’ o en condiciones laborales ‘aceptables’. La empresa sostenible velará porque sus productores reciban salarios justos que ayuden a mejorar las condiciones de vida de la comunidad en la que estén asentados.
El ‘verde’ es una necesidad y está de moda, es cierto; pero no todo lo es ni puede serlo.
Los términos ‘bio’ y ‘ecológico’ aparecen en millares de envases de productos que cada día adquirimos en los establecimientos de venta al público. ¿Realmente lo son? En muchos casos, sí, por supuesto, pero en otros es imposible.
Veamos ejemplos. La agricultura ecológica en España ocupa unos 2,35 millones de hectáreas de los 23 millones de hectáreas que este país destina a la agricultura. Es decir, aproximadamente el 10% de la superficie útil para el cultivo se rige mediante sistemas considerados ecológicos. En el mundo, el porcentaje es ligeramente inferior.
Y la pregunta sería: ¿Puede la agricultura ecológica alimentar a toda la humanidad? La respuesta, obviamente, es no. Si volviéramos a la agricultura realmente ecológica de los primeros años del siglo XX, la humanidad necesitaría cuatro veces más de terreno cultivable para alimentar a todo el planeta.
La teoría del péndulo tanto en las ideologías como en otras cuestiones ha sido ampliamente estudiada por la sociología; y también por la economía. Siguiendo el ejemplo anterior, muchos productores de alimentos han pasado de la agricultura intensiva a la ecológica obviando el término medio como es la sostenible.
Se han sucedido, por tanto, la máxima explotación de los recursos de la tierra a otros en los que apenas se consumen recursos –salvo el empleo de la tierra-, pero que no podrían alimentar a los cerca de 8.000 millones de habitantes que pueblan el planeta.
No obstante a ello, lo ‘bio’ y lo ‘ecológico’ vende, aunque en muchas ocasiones se engañe al consumidor. Hagámonos otra pregunta: ¿Es ecológica la importación de productos ‘eco’ del otro lado del mundo si para ello contaminamos el planeta con el CO2 que emiten los grandes barcos?
Esta práctica podría considerarse como greenwashing, que puede traducirse como ‘lavado verde’. Es decir la mala práctica de algunas empresas que presentan su producto como respetuoso con la naturaleza cuando en realidad no lo es.
Se trataría de un simple maquillaje para ocultar que el artículo en cuestión no es tan ‘verde’ como aparenta: ni en su elaboración ni en el uso de elementos reciclados ni en su transporte. Se trata sin más de un blanqueo de imagen.
En realidad, las empresas que realmente asumen políticas comprometidas con el medio ambiente y el resto de la sociedad, y sus prácticas sean veraces y comprobables, tienen unas ventajas competitivas muy por encima de aquellas que no lo hacen.
En definitiva, conviértase en un empresario comprometido y su empresa en SOSTENIBLE.