Muchos de nuestros hijos trabajarán en empleos que aún no existen. La frase con la que arranca este post no es propia. En los últimos años la vienen empleando desde destacados CEOs de empresas tecnológicas a economistas y sociólogos, pero ¿será verdad? Lo único cierto es que el conocido futuro tecnológico ya está presente y aplicando la Ley de Moore, que viene a decir que cada dos años se duplica el número de transistores incluidos en un microprocesador, es difícil saber hasta dónde se puede llegar.
La conocida como Ley de Moore no fue más que un pensamiento pronunciado en 1965 basado en la experiencia empírica y expresado por Gordon E. Moore, cofundador de Intel, uno de los principales fabricantes mundiales de procesadores. Si finalmente el número de transistores en un microprocesador se duplica en un año, 18 meses o dos años no tiene mayor trascendencia, pero sí refleja cómo la tecnología avanza a un ritmo endiablado.
Salvo en la literatura de ficción, nadie podía sospechar hace apenas 30 años que se fabricarían pequeños ordenadores que iban a ocupar el tamaño de un actual teléfono móvil o de un reloj de pulsera. Y si no se reducen aún más sus dimensiones es por una cuestión práctica para su uso.
El diseño, la programación, la fabricación o la reparación de este pequeño utensilio que todo el mundo lleva en su bolsillo son funciones que realizan personal especializado en profesiones que no existían hace pocas décadas.
Tampoco existían y es difícil creer que alguien pudiera imaginarlo, que llegaría a haber pilotos de unos artefactos hoy conocidos como drones que permiten acceder a lugares inaccesibles, transportar mercancías en la distancia o tomar imágenes desde lo alto sin necesidad de un operador tras la cámara y ni siquiera un tripulante.
Y por poner un tercer ejemplo. También había que echarle mucha fantasía para intuir que en algún momento podríamos ser intervenidos quirúrgicamente por un médico que se encuentra físicamente en la otra parte del mundo.
Son tres casos de profesiones que han surgido al ritmo de la tecnología, pero hay más, y otras que aún no han sido descubiertas. En este post presentamos algunas de ellas.
Ya existen estos profesionales, pero su demanda va en aumento a medida que avanza una tecnología como la Inteligencia Artificial (IA) que precisa de una labor de identificación y gestión de millones de datos. La IA permite a las máquinas aprender a dar respuestas de forma autónoma con los datos que previamente se le han introducido y con la interacción de los usuarios. Es decir, la máquina aprende por sí sola si previamente se le ha programado para ello.
Semáforos que analizan el volumen de tráfico y se abren o cierran a conveniencia; contenedores de basura capaces de detectar cuántos restos acumulan y rediseñan las rutas a los camiones recolectores; iluminación en las calles que se encienden en función de la afluencia de personas… Los ejemplos de las ciudades inteligentes comienzan a ser cientos. Las ciudades se están transformando hacia una tecnología digital y se requieren de nuevos ‘urbanistas’ capaces de hacer propuestas y dar respuesta a las nuevas necesidades. Serán profesionales que, como en el caso del big data, analizarán ingentes volúmenes de información para dar contenido a las smart cities.
Lo mismo ocurrirá con los desarrolladores de casas inteligentes. Serán los inédito ‘arquitectos’ que deberán adaptar las viviendas a espacios, usos y nuevas costumbres de las familias. Además del diseño de la casa, tendrán que conocer suficiente tecnología para fijar sistemas que se adapten a la vida familiar.
Ya existen ingenieros adaptados a las nuevas energías verdes; pero el próximo fin de la energía obtenida mediante combustibles fósiles traerá consigo nuevas fuentes de energía aún desconocidas o en desarrollo. También el uso de baterías en todo tipo de vehículos requerirá de un mayor número de expertos en este tipo de acumulación de energía.
La robótica es una realidad, pero la interacción entre las máquinas y los humanos es un campo con enormes posibilidades de crecimiento. Prácticamente está todo por descubrir. Serán precisos desarrolladores de pensamiento abstracto para los robots y programadores de patrones de comportamiento. También se necesitarán ‘entrenadores’ que faciliten la relación entre el robot y el humano.
En las primeras semanas de la pandemia se puso de manifiesto el importante papel que asumieron voluntarios que con sus impresoras 3D fabricaron pantallas de protección para los sanitarios. Son los makers. La impresión 3D también tiene usos industriales para la creación de prototipos, e incluso en la cocina para la creación de platos ‘imposibles’.
Si bien son infinidad las aplicaciones para las que se está utilizando esta maquinaria, en otras se está abriendo camino.
Este es el caso de la moda. Mucha de ella ya se diseña por ordenador, pero acabará imponiéndose también la fabricación de prendas salida de esta maquinaria.
Y, sin duda, una de sus mayores aplicaciones está en la medicina, con impresoras que ya pueden crear prótesis biónicas a bajo coste y también huesos a medida que puedan reemplazar a otros rotos.
Se les mencionaba al inicio de este artículo. No se trata de aficionados a la aeronáutica doméstica; si no de profesionales que requieren de formación específica y pericia demostrada para el gran número de usos que tienen estos aparatos en la logística (transporte de material), audiovisual (toma de imágenes), arquitectura, vigilancia (incluso la Guardia Civil los usa), salvamento marítimo (envío de salvavidas a personas en riesgo), militares (ataque y defensa) o agricultura (comprobación del estado de cultivos), entre otras docenas de uso. Incluso para el transporte de personas en taxis aéreos tripulados desde tierra, como ha comenzado a probarse tanto en Estados Unidos como en países asiáticos.
Si finalmente las monedas virtuales se convierten en uso común, el mundo de las finanzas tendrá que reconvertirse y sus profesionales formarse en la nueva gestión bancaria. El dinero digital tendrá un tratamiento distinto al de la moneda convencional, por lo que las tradicionales prácticas tendrán que adaptarse a los nuevos tiempos y los ‘economistas digitales’ serán muy demandados.
No es lo mismo tomar un escalpelo en la mano y sentir cómo abre la carne de un paciente que manejar un bisturí a kilómetros de distancia del enfermo (aunque esté en el quirófano de al lado). Las tecnologías como el 5G permiten realizan intervenciones en la lejanía. Los robot atienden al milímetro las órdenes que imparte el cirujano, pero esos deben contar con una preparación específica para manejar estas máquinas inteligentes.
El comercio electrónico no dejará de crecer y sus responsables nos procurarán cada día mejores experiencias de compra. Todo apunta a que la realidad aumentada nos permitirá probar los productos que ahora adquirimos a través de un catálogo. Sin necesidad de un probador ni de un dependiente físico, tendremos el producto y experimentaremos qué sensaciones nos produce. Para ello, habrá técnicos que perfeccionarán sistemas que lo hagan posible sin movernos de casa.
Definitivamente, los ejemplos aquí expuestos son solo algunos que nos permite vislumbrar el futuro con la tecnología actualmente conocida; pero habrá que esperar unos años para comprobar esa tecnología por cuánto se multiplica y que nuevas oportunidades laborales ofrece.